El Caso Murdoch va más allá de lo que yo misma señalo en la cabecera de este blog: “espectacularización, rumores, escasa veracidad en las informaciones…”. Aquí no hablamos sólo de rumores, sino de interceptación de líneas telefónicas con el fin de obtener la exclusiva a la que se supone todo medio de comunicación aspira, aunque esta última apreciación habría que matizarla, porque me pregunto qué grado de interés general tiene interceptar el teléfono de una menor desaparecida y asesinada y de cuánta relevancia pueden gozar las informaciones obtenidas con semejantes estrategias periodísticas. Tampoco creo que pinchar el teléfono de las víctimas de los atentados terroristas del 7 J arrojara mucha luz al caso.
Esta es una cuestión de abandono total de la ética periodística y de un paseo directo a la espectacularización y el amarillismo más detestable. Y lo que es aún más nauseabundo, con la connivencia de los poderes políticos y policiales, que dotan a este caso de unas connotaciones corruptas que no trataré.
Afortunadamente la prensa española no parece estar tan próxima a este grado de amarillismo, pero no es recomendable comparase con los peores. En España también hemos rozado el sensacionalismo más deplorable, por ejemplo con las series de televisión en las que Telecinco ha reconstruido los atentados del 11 M de Madrid o el trágico accidente aéreo de Spanair de 2008. También otras prácticas de dudoso carácter ético han rayado en más de una ocasión las cotas más altas del sensacionalismo en nuestra televisión. Una vez más Telecinco sirve para ilustrarnos, recordemos la entrevista de la reportera del programa AR de Ana Rosa Quintana en el que forzaba la confesión de la mujer de Santiago del Valle, condenado por la muerte de Mari Luz, la niña que murió en Huelva en el año 2008.
Insisto en que a pesar de que nos lamentamos continuamente de la espectacularización a la que es sometida en numerosas ocasiones la información que ocupa nuestras portadas y programas de televisión, nuestra prensa goza de una buena salud y grandes profesionales del periodismo que hacen de ésta una profesión digna y honorable. Eso sí, no hay que relajarse ni compararse con los peores.