Micrófonos.
Los hay de condensador, de bobina móvil, de cristal, de pie, de mesa, de jirafa,
de mano, de todo tipo y con distinta funcionalidad, y todos ellos son
indiscretos. “Manda huevos” que a estas alturas Esperanza Aguirre todavía no se
haya enterado.
Muchas
de las “pilladas” de nuestros políticos quedan en lo meramente anecdótico, como
el famoso “vaya coñazo he soltado” del ex presidente Aznar en un discurso ante
el Parlamento Europeo. Otras, pueden llegar a comprometer seriamente los
intereses de un partido o de un presidente. Es lo que le pasó a Barak Obama en
un encuentro bilateral celebrado en la cumbre nuclear en Seúl con su entonces
homólogo Dimitri Medvédev, en marzo de este año. En esa ocasión, los
micrófonos pudieron captar cómo, off the record, el presidente norteamericano pedía un aplazamiento en la discusión sobre el escudo antimisiles que EEUU está instalando en Europa. “Todos estos asuntos, pero en especial la defensa
antimisiles, pueden resolverse, pero es importante que [Vladimir Putin] me dé
espacio”, decía Obama, “Tras mi reelección tendré más flexibilidad”, prometía.
Este incidente le costó al presidente norteamericano un buen dolor de cabeza,
extender sus explicaciones acerca de su política en materia antinuclear y
soportar las duras críticas del partido republicano, que acusó a Obama de
anteponer los intereses electoralistas por encima de los de la nación, que no
es poco.
Otros micrófonos
indiscretos son reveladores. Descubren la verdadera naturaleza del personaje más
allá de sus últimas acciones de gobierno o declaraciones oficiales, nos
permiten conocer su auténtica personalidad. Este es el caso de Esperanza
Aguirre, que a pesar de sus años de experiencia ante las cámaras, primero como ministra
de Cultura con el gobierno de Aznar y desde el año 2003 como presidenta de la
Comunidad de Madrid, parece no haber comprendido lo traicioneros que pueden ser
los micrófonos. Es verdad que la Esperanza “oficial” no se caracteriza por la
expresión diplomática. Todos sabemos que Aguirre está hecha de todo menos de
sutileza. Ha cargado abiertamente contra el Tribunal Constitucional, sugiriendo
que debía suprimirse; contra los profesores interinos, de quienes dijo que
ocupaban su puesto “escogidos a dedo” y contra los subsidios, subvenciones y
otras “mamandurrias”, por exponer aquí algunos ejemplos. Está claro que
su retrato oficial no está dotado precisamente de sensibilidad.
Más allá de estos episodios oficiales, Aguirre se ha
convertido en la presa perfecta de los micrófonos indiscretos, y nos ha
descubierto que no sólo no está hecha de sutileza, sino que está cargada de
dudosos deseos y bajas intenciones. "Hemos tenido la inmensa suerte de
darle un puesto a IU quitándoselo al 'hijoputa'", dijo en una conversación privada captada por unos micrófonos de Cadena Ser con su vicepresidente,Ignacio González, al respecto de la configuración del Consejo de Control de Caja Madrid. La prensa pronto relacionó al “hijoputa” con Alberto Ruiz Gallardón, pero Aguirre supo
salir del paso indicando que no se había referido al ex alcalde de Madrid, sino
a otra persona cuyo nombre no recordaba y del que aseguró que “era un santo y
su madre también”. Asunto zanjado. El “hijoputa” era un completo desconocido al
que a nadie le importa.
La última de la presidenta es reciente y desvela, por un
lado su naturaleza contradictoria y por otro, su relación con otros hijoputas:
los arquitectos. A éstos, según Aguirre, “habría que matarlos” porque “suscrímenes perduran más allá de sus propias vidas”, y es por esto que, siempre según
la lideresa, debiera aprobarse la pena de muerte. De todos los argumentos
favorables a la pena capital, no puede negarse que este es el más ingenioso. Sin embargo, no deja de resultar paradójico,
porque días antes, ella misma había sido blanco de tan buenos deseos en la inauguración
del curso académico universitario 2012/2013 al que acudió. Allí fue recibida por un
público que coreó insistentemente “Esperanza, muérete” y exhibió una pancarta
que dejaba leer “Políticos a la hoguera”. Rápidamente Aguirre definió estas
consignas como un “lenguaje criminal”, y como tal debe ser considerado “un
delito”. Por ello instó a la fiscalía a tomar medidas oportunas para perseguir a los autores de tan delictivas expresiones. Coincido
con la presidenta: Emplear este tipo de lenguaje “en un régimen democrático
como el español es intolerable. En regímenes totalitarios y genocidas, que
puede que a algunos les guste, pues muy bien que lo toleren, pero en la
democracia española las amenazas de muerte a nadie se les puede consentir".
A todos los aquí nombrados seguramente Andrea Fabra les
hubiera dedicado un “que se jodan”. Pero conviene extraer una lección más
clara. Sea cual sea el tipo de micrófono, allá donde los haya, siempre habrá
uno indiscreto.
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